Cuando contemplamos las cosas que nos rodean, un día descubrimos que nuestra mirada tiene filtros, a veces esos filtros están consolidados en creencias heredadas, en un deber ser personal, familiar o social, o en lo que suponemos es nuestra verdad.
Sin embargo, al profundizar descubrimos que todo nuestro sistema de creencias no tiene un fundamento sólido, solo es una forma de percibir y pueden haber otras formas de percibir más profundas, entendemos que existen niveles de sensibilidad mayores.
Nos hemos confundido, porque hemos llamado sensibilidad al sufrimiento y no al amor que nace de sentir el milagro de la vida que somos y se extiende más allá de nuestra piel.
No nos damos cuenta que ser sensibles es no lastimar la inocencia que somos, con ideas o estructuras de dolor que sostenemos en nuestra imaginación, no nos damos cuenta que ser sensibles, es cuidar a nuestro niño interno y valorar su mirada que se maravilla, y amarlo como un árbol que ama las flores que nacen de sus ramas y los frutos con que alimenta a la vida.