Hay un cuento maravilloso del escritor argentino Jorge Luis Borges que se llama Las Ruinas Circulares, en este un personaje místico llega a un templo imaginado para acometer su empresa más anhelada y más sobrecogedora, soñar un hombre y traerlo a la manifestación. 

El cuento lo recomiendo, Borges no sólo era un gran escritor, también tenía una indagación profunda por el misterio de la creación y la magia del lenguaje.

Este cuento que puede tener interpretaciones diversas y del cual no cuento el final para que lo puedan disfrutar plenamente, nos permite profundizar en una idea muy importante en nuestro desarrollo.

Hasta qué punto somos un sueño, el sueño de un ser imaginado por nosotros mismos, que tiene miedo de despertar, y que desde su fantasia espera poder llegar a usurpar el papel de su hacedor, buscando ser reconocido, con miedo al rechazo, al abandono, a la pérdida, a la muerte, dando giros y volteretas en un mundo de sensaciones y espejos.

Este ser imaginado por nosotros mismos, a veces es una sombra que deambula por los laberintos de sus emociones antiguas, o una muralla que se defiende de experiencias que lo acompañan dentro de la ilusión de su existencia. A veces también un saltimbanqui o un acróbata de alto riesgo, y en el fondo cuando se contempla a sí mismo un vacío insondable.

A veces el soñado quiere ser reconocido y lucha por ello, inventando a su vez otras máscaras que sean afines a quienes lo rodean y crea puentes de humo que en las horas de la noche se desvanecen o en las horas de la soledad.

Quizás podamos ahora contemplar esa ficción de nosotros mismos, y quizás podemos ya saber que no es necesaria, que podemos dejar de soñarla y Ser la plena autenticidad de nuestra Presencia. 

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